05 enero 2006


Desde mi atalaya II

Albedrío
La sociedad actual a pesar de poseer unos conocimientos más amplios que generaciones anteriores y la posibilidad de acercarlos a un número más grande de personas, nos “vende” artilugios que “consumimos” sin importar en absoluto los principios que rigen su funcionamiento, de la misma manera que nos “vende” belleza (mas bien imagen) sin que nos preguntemos por que es bello, o comportamientos que mimetizamos, sin que estén sostenidos por ningún tipo de criterio.

El día a día es arrollador, lo inmediato reclama nuestra atención, paralizando nuestra intención y la absorbe, no nos permite parar y “pasmar” con esa propia cotidianeidad donde se encuentra todo, empobreciéndonos.

Nuestra memoria al no ejercitarla de continuo en ser, se esfuerza en estar y en esa aliteración de la memoria en el “estar” se genera un ritmo, pero vacuo, totalmente superficial y carente de poesía, cual un mal ripio del vivir, pero que al ser identificable por la mayoría, nos iguala por abajo intentando zambullirnos en la mediocridad.

Esta realidad externa es de por si inhibitoria, “estorba, impide, reprime el ejercicio de facultades y hábitos” dice el diccionario. Si nuestra realidad personal no esta intelectualmente anclada en el “ser”, quizás lo más inteligente sea inhibirse.

Por eso, cuando algunos días una palabra te conmociona, sientes que estas vivo a pesar de que el conjunto de la sociedad con todo su poder económico y sus medios de comunicación te ponga en el camino de convertirte en un zombi.

Quizás una de las palabras sobre la convendría reflexionar, sea el albedrío y el concepto que la misma sustenta.